El temple de Monterdal by Catalina Salem Gesell

El temple de Monterdal by Catalina Salem Gesell

autor:Catalina Salem Gesell
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Novela
publicado: 2015-06-05T23:00:00+00:00


XXIV

EL MATRIMONIO DE GOLDENFEL Y ELIANORA

Nindarla se sorprendió del recibimiento que tuvo en Monterdal, hasta el mismo Emedros los esperaba en la amplia entrada de la mansión. Cuando vio a Capriana, se limitó a sonreírle orgullosa y paternalmente.

–Nos agrada tenerte de vuelta, sana y recuperada –la saludó el señor de Monterdal.

Midria y las princesas aparecieron alrededor de ella como mariposas, mientras los príncipes le sonreían erguidos en sus elegantes trajes.

El agua del valle, los jardines, las flores, las frutas, los baños, el aire límpido que bajaba de las montañas, todo actuó como un ensalmo en el ánimo y el cuerpo dolorido de Nindarla. La cuidaban y se dejaba cuidar. Los días pasaron y el verano se fue acercando con tardes soleadas y noches cálidas. Capriana trató de retomar su rutina, aquella que siguiera antes de partir con los vadar. Volvió a sus libros, volvió a las clases en la sala circular, volvió a sus paseos, volvió a sus tardes de dilé con Goldenfel y la princesa Elianora. La primavera parecía hacerse más intensa cuando los veía a ambos, con aquellas miradas cómplices, con aquellas sonrisas misteriosas que los delataban como enamorados.

–Bueno, ¿y cuándo es el matrimonio? –preguntó mientras compartían dilé verde a la sombra de una de las terrazas que daban hacia el jardín.

Elianora intercambió una mirada con Goldenfel y ambos entrecruzaron sus manos.

–Después del solsticio de verano –le respondió la princesa con su voz dulce y melodiosa.

–Creí que esperarían hasta que llegaran a las nuevas tierras del sur, cuando se reunieran nuevamente con sus familias.

–Ya hemos esperado demasiado y el destino es incierto para la Tierra de Ástur –afirmó Goldenfel–. Nada sabemos cuánto tiempo más nos queda en esta tierra y mientras tanto el amor no quiere conceder esperas, Nindarla. Por muy oscuro e incierto que se presente el futuro, preferimos enfrentarlo juntos.

–Me alegro mucho por ustedes –les sonrió–, su felicidad nos da esperanzas a los que aún permanecemos en la incertidumbre.

–El destino se devela a su propio tiempo y en su propia sabiduría, Nindarla –la consoló el príncipe.

El solsticio de verano llegó y con él las grandes fiestas, los banquetes, los bailes, el teatro, los cantos, las risas. Los garcónderes de Monterdal eran mucho más desinhibidos y extrovertidos que los de Larfendul, por lo que Nindarla compartió sus risas y sus cantos como si fuera uno más de ellos. No creía haberse divertido tanto en su vida, reía con las comedias que se presentaban en los jardines de Monterdal hasta que le faltaba el aire, lloraba junto con las princesas las tragedias, bailaban hasta agotar la música y las voces de los cantores. Se sintió feliz de su juventud, se sentía bella y fuerte, como una flor de comienzos de primavera. Pero, al mismo tiempo, aquella sensación de juventud le exhortaba una extraña carencia, como una ausencia a la cual trataba de darle un rostro y un nombre…

La boda del príncipe Goldenfel y de Elianora sería en los próximos días. Todas las princesas, incluida Elianora, habían acudido a



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